DERROTAR A LA ENCOPRESIS: Una propuesta desde a Terapia Sistémica Breve
Actualizado: 10 ene 2020
Capítulo 8 del libro: Terapia sistémica breve del Dr. Felipe E. García
Recibir el diagnóstico de una patología puede convertirse en un factor motivador de cambio con respecto a conductas de salud o, por el contrario, se puede transformar en un factor que deprime la acción del paciente, sobre todo si este diagnóstico es lapidario o si el consultante advierte que tiene poco o ningún control sobre él. Probablemente, decirle a una persona que sufre un trastorno de angustia lo puede aliviar al descubrir que su problema no lo llevará a la muerte, que no se está volviendo loco y que se puede tratar. Por otro lado, señalarle a otra persona que «sufre» un «trastorno de personalidad borderline» le está comunicando, además del diagnóstico, que no puede cambiar, que el terapeuta poco puede hacer por él y que (incluso) no será bienvenido en terapia de aquí en adelante. Asumiendo que el uso de etiquetas psiquiátricas tiene ventajas, como procurar un lenguaje común entre profesionales de salud o facilitar los estudios de efectividad de distintas técnicas en problemas específicos, también tiene riesgos como el estancamiento y la estigmatización. Correr el riesgo de estancar a la persona en su problemática, o hundirla más en el desconsuelo o en la desesperanza, obliga a tratar la etiqueta diagnóstica con cuidado. Hay que comprender que las etiquetas diagnósticas son construcciones sociales, nombres inventados por personas para categorizar una lista de descripciones observadas por los lentes de un observador particular, no son «realidades externas» por lo que, cuando decidimos no comunicarle un diagnóstico psicopatológico a un cliente, no estamos ocultándoles ninguna «verdad». No podemos olvidar que el lenguaje es humano, lo inventamos nosotros, y así como lo construimos también tenemos la posibilidad de transformarlo. En el caso de la encopresis, las palabras usadas para calificar al niño, tanto en el hogar como en la escuela, lo hunden anímicamente y disminuyen su agencia personal para poder enfrentar la encopresis y derrotarla.
Se cree que la encopresis obedece a un acto voluntario e intencionado, y por lo tanto, si se denigra al niño, este reflexionará y dejará de defecarse. Hemos escuchado expresiones como niño «cagón», «hediondo» y otras que no hacen más que socavar su autoestima, agravando y cronificando este problema en vez de solucionarlo.
Muchas madres consultan a un psicólogo creyendo que estos son médicos y dicen: «Mi hijo(a) tiene una enfermedad». Desde nuestra perspectiva, la utilización de una etiqueta patológica en este contexto genera que tanto los clientes como sus familias desarrollen un lenguaje que mantiene internalizada la problemática en el niño, lo cual refuerza la desesperanza y perpetúa la conducta. Sin embargo, para reforzar la relatividad de nuestros juicios, no podemos dejar pasar lo que ocurrió con un niño que llegó a nuestras manos y que había sido violentado física y verbalmente por su padre debido a la encopresis que padecía. Tras escuchar por parte del médico derivador que el problema de su hijo era una enfermedad y que esta tenía un nombre, dejó de agredir al niño y se comprometió con otros procedimientos.
Proponemos, por lo tanto, antes de iniciar una travesía terapéutica con la familia de un niño afectado por la encopresis, hacer el esfuerzo de desmitificar la naturaleza de este problema ante los padres (Young et al., 1996), de modo de ayudar a remover las atribuciones que ellos han empleado en relación a la conducta del niño (por ejemplo, creer que es una maniobra intencional y desafiante del niño, o que está completamente bajo su control) así como muchas de las soluciones inefectivas que han empleado, incluyendo la agresión a veces solapada en la que incurren.
En este sentido, la terapia narrativa propone una práctica terapéutica que puede ayudar a contrarrestar los efectos nocivos del diagnóstico y situar a la persona en una posición distinta en relación a su problema. Nos referimos a la «externalización» (en inglés, externalizing), la cual consiste en «instar a la persona a cosificar, y a veces, personificar los problemas que las oprimen» (White & Epston, 1993: 53), logrando de esta manera convertir el problema en algo distinto y separado del niño. La externalización permite: a) que tanto el niño como la familia despersonalice la situación, b) que todos se involucren en la tarea de vencer la problemática, y c) que el niño sea liberado de la culpa y la vergüenza. Internalizar el problema es asumir que este forma parte de la identidad de la persona (»soy depresivo», «soy obsesivo», «soy encoprético») y, por lo tanto, atacar el problema es atacar también a la persona que lo porta. No es infrecuente que la oposición de los niños a colaborar en terapia se deba a que se siente atacado, como niño «malo», «agresivo», «desobediente» o «inquieto». De igual modo, la negativa de los padres a participar puede deberse a que se sienten ofendidos cuando se les trata de padres «sobreprotectores», «descuidados», «negligentes » o «autoritarios», en lugar de invitarlos a colaborar como expertos en la vida de su hijo y principales influencias positivas en su desarrollo.
Separar a la persona del problema corresponde a una de las máximas de la terapia narrativa: «la persona no es el problema, el problema es el problema». Son el niño, junto a su terapeuta y a sus padres, los que ingenian estrategias para derrotar al problema que los está afectando.
Luego de extraer la problemática y convertirla en un ente independiente del niño, se le puede otorgar un nombre que tenga significado para él. Michel White utilizó nombres tales como: «la caca taimada», «la popó», «la caca traicionera», entre otros. Estos nombres tienen el objetivo de plasmar en palabras simples las características particulares del problema (Payne, 2002), dándole identidad cada vez más vívida. Este proceso tiene un efecto liberador para el niño, quien además aprovecha sus recursos lúdicos y su imaginación para desarrollar una postura activa de afrontamiento del problema.
En conclusión, poder liberar a un niño de algo que hasta el momento pertenecía a su propia naturaleza y de lo cual no podría liberarse, es como extraer el tumor que sentencia la vida de una persona que «tiene cáncer».
Revisa el capítulo completo bajando el libro en el siguiente link:
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